domingo, 20 de mayo de 2012

Durmiente



La luz comienza a iluminar levemente el cielo en este domingo de Mayo, mientras camino bajo la lluvia por Las Ramblas de Barcelona en dirección a la estación. Tras una noche de fiesta, me dispongo a regresar a casa con el primer tren de la mañana. Al subir al vagón, me acomodo en los asientos laterales frente a otros cuatro, ocupados únicamente por una persona. Se trata de un chico en la treintena, muy grandote, que ocupa indolentemente casi dos de ellos, espatarrado con comodidad, mientras lee una revista.

En la negrura del túnel, mientras el tren se dirige velozmente hacia su siguiente parada y a falta de algo mejor que contemplar, mis ojos recorren lentamente su persona, de la cabeza a los pies. Reconozco en sus formas el tipo de hombre que me gusta: moreno, con el cabello ligeramente largo que despunta sobre sus orejas, con un aire de ternura que lo hace terriblemente deseable, pervertible, o quizás ocultando una fiereza que no se muestra normalmente a los demás. Se adivina muy alto, corpulento, sus manos son enormes y me da por pensar, con picardia, que posiblemente a conjunto con el resto de su anatomía.

El hombre sentado junto a mí me observa a su vez, en el reflejo de la ventana, captando mi interés por el muchacho y sonriendo levemente. Disimulo, sintiéndome descubierta, dejando vagar mi mirada por el vagón, por las cosas en el bolso que llevo, por mi ropa húmeda de la lluvia, por la lista de canciones que suenan en mi mp3, aunque inevitablemente vuelve una y otra vez al grandullón, que sigue leyendo sin reparar en mí.

Cuando el tren sale a la superficie y nos vemos rodeados de la luz gris del nuevo y nublado día, deja su revista en el asiento y rebusca en los bolsillos de su chaqueta, que reposa arrugada sobre sus rodillas. No encuentra lo que busca y se cachea el pantalón de denim oscuro. De su bolsillo derecho saca un móvil y lo veo trastear con él, para seguidamente volver a guardarlo. Sus ojos se cierran y su cabeza se va ladeando. Se está quedando dormido. 

Sin el reflejo inquisitorio de mi compañero de asiento y al tener el chico los ojos cerrados, sin posibilidad de descubrirme, me siento libre de fijar mi vista maleducadamente en él y deleitarme con el espectáculo. La tentación es demasiado grande: saco mi cámara de fotos y le echo una sin llamar la atención, haciendo ver que repaso otras fotografías. Su mano izquierda descansa sobre su vientre, que se mueve acompasadamente con su respiración relajada, sujetando al mismo tiempo la chaqueta. Sus muslos son poderosos, enormes, y su sola visión me hace vibrar en una frecuencia no audible, calentando mi bajo vientre y mojando mis bragas. Puedo imaginar perfectamente las formas de su cuerpo bajo la camiseta blanca un poco vieja, que se transparenta ligeramente. Lleva estampado un enorme numero dos, que me hace sonreír. El dos siempre ha sido mi número de la suerte, ¿será una señal? La curva de su hombro, el dibujo de su clavícula, el movimiento lento de su pecho, su boca entreabierta, disparan todo mi deseo y hacen que me ponga a soñar despierta.

Y sueño que me acomodo a su lado, ocupando solamente medio asiento, pues su mano derecha descansa abierta y gigantesca sobre la revista que leía. Todos los ocupantes del vagón duermen o están enfrascados en la lectura y no nos prestan atención. Mi mano se desliza por el tejido de su pantalón, escondiéndose bajo la chaqueta. El contacto le despierta y se aferra a la prenda, temeroso de un posible ladrón. Pero mi mano sigue ahí, sobre su bragueta y mis ojos no dejan duda al respecto: no estoy interesada en sus pertenencias, solamente en su cuerpo, en su placer que ya es el mío, así que vuelve a cerrar los ojos y se deja llevar, todavía adormilado, sintiendo la caricia que recorre su sexo sobre la ropa, que se va haciendo más intensa. Quizás habrá fantaseado con eso mismo alguna vez: una desconocida en un tren casi vacío que no puede resistir sus bajas pasiones... Ya puedo notar el bulto que va creciendo y es tan grande como imaginaba mientras advertía su gran cuerpo. Bajo lentamente la cremallera y mi mano se adentra en tejidos más íntimos. Mis uñas rojas arañan suavemente su escroto sobre el algodón de su ropa interior. Su excitación es ya muy evidente, su cuerpo desprende calor y su polla asoma por encima del calzoncillo. Mi mano sigue jugando, apartando la tela, apretando su turgencia firmemente mientras se desliza arriba y abajo, lentamente, con el cosquilleo del vello rizado de su pubis en mis dedos. Veo aparecer la punta rosada y brillante de su glande entre la ropa y me hace salivar, ansiosa. Desearía bajar hasta ahí, succionarla, atraparla entre mi lengua y mi paladar, cubriendo de saliva cada pliegue de piel, dejando que las rugosidades de mi lengua despierten oscuros placeres que todavía no conoce, perdiéndose en las profundidades de mi garganta. Pero me contengo. Una mamada sería más difícil de disimular si entrara alguien en el vagón por sorpresa.

Su mano derecha, que reposaba sobre el asiento, se ha ido deslizando, alcanzando mi pierna, subiendo por la cara interna de mi muslo, adentrándose cada vez más bajo mi falda, que se va subiendo, arrastrada por sus titánicos dedos, hasta alcanzar el encaje caliente y mojado que protege la entrada de mi coño y rozar suavemente mi clítoris con su dedo meñique.  Mi cuerpo se acerca a su brazo, el contacto de mi pecho humedecido por la lluvia y su piel es pegajoso pero cálido. Vuelve su rostro hacia mí, con los ojos todavía cerrados, pero su boca es tan tentadora que me sumerjo en ella, explorando, peleando, degustando, sintiendo el dulce roce de sus labios en los míos, su aliento cálido en mi mejilla cuando nos separamos. Su respiración se vuelve acuciante, más profunda y entrecortada, su mente concentrada en el movimiento lento pero firme de mi mano bajo su chaqueta. Quiero que lo haga, que lo disfrute hasta el final, que me pringue la mano y su ropa, que se derrame sobre su propio vientre y mis dedos, que sin duda lameré después, para guardar el recuerdo de su sabor dentro de mí. 

Regreso de mi sueño, las mejillas arreboladas. La chaqueta me estorba y aprieto con fuerza mis muslos entre sí, apenas conteniendo el temblor que me invade, sintiendo la pulsión del deseo que me trastorna. Rebusco de nuevo en mi bolso y me retoco el pintalabios con la ayuda del espejo en que se ha transformado mi tarjetero metálico. Saco una de mis tarjetas profesionales. Mi nombre, mi e-mail, mi número de teléfono, una breve explicación de mis actividades y algunos ornamentos en dos tonos de violeta. Son bonitas, o al menos, a mí me lo parecen. De nuevo observo al durmiente, ajeno a todas mis maquinaciones. Pienso si sería capaz de dejarle una entre las páginas de su revista, o sobre el brazo que descansa sobre su cuerpo. Se despertaría y se levantaría al llegar a su parada, cuando suene la alarma de su móvil, posiblemente la tarjeta caería hasta el suelo y él la recogería con curiosidad, mirándola y leyéndola con extrañeza. “Te la ha dejado la chica que estaba sentada aquí” le diría el hombre de la sonrisa, añadiendo “yo creo que le gustabas, porque no te quitaba ojo...” Y él se la guardaría, tratando de recordar cómo era la chica en cuestión y quizás al llegar a su casa, probaría a llamarme. 

“¿Hola?”, diría yo...

Me guardo una en mi bolsillo. Y nos imagino desnudos y sudorosos en una cama grande y revuelta, tumbados el uno junto al otro, sus dedos índice y corazón hundiéndose muy adentro en mi sexo mientras su pulgar juega con mi clítoris, disfrutando de mis gemidos y de las reacciones de mi cuerpo ante sus ataques, luchando ambos entre risas por ver quien queda arriba y él dejándose ganar para que yo pueda cabalgarlo, pintando su verga con mis fluidos mientras atrapa mis pechos con sus manazas para llevarlos a su boca y mis dedos se sujetan a su pelo, temblando de placer al correrme, empalada en su enorme miembro.

Va llegando inexorable la parada donde debo bajar y él sigue durmiendo, apoyado contra la ventana. Pierdo la esperanza de que viva en mi ciudad. Me pongo en pie, voy hacia la puerta, el corazón acelerado, mi mano acariciando la tarjeta que reposa en el bolsillo de mi chaqueta, preguntándome a mi misma si me atreveré, deseando locamente volver a verle, saber más de él, descubrir su voz, reflejarme en sus ojos, perderme entre sus brazos y conocer su risa. El tipo de la sonrisa me sigue con la mirada desde su asiento y percibo sus ojos clavados en mi espalda, esperando mis movimientos. Me coarta. Contemplo una vez más el pelo revuelto de mi chico ideal asomando sobre el asiento, está tan cerca que podría tocarlo, tan solo un pequeño gesto bastaría para depositar mis datos en su regazo y dejar que el destino siga su curso.

Pero las puertas se abren y desciendo del tren, bajando tristemente sus dos escalones hasta el andén. Y mi paso se hace pesado mientras me dirijo a la salida, arrugando con rabia mi tarjeta en un puño dentro de mi bolsillo, sintiéndome una cobarde. El tren pita, sus puertas se cierran y continúa con su camino, ignorante de mis deseos, al igual que su durmiente pasajero. Lo veo alejarse desde lo alto de las escaleras mecánicas y, mientras me incorporo a la mañana que ya transcurre bulliciosa en mi ciudad, donde la lluvia ya ha escampado, en mi mente resuenan las palabras que ya nunca escucharé:

“¿Hola?”, diría yo...
“Hola, soy el chico del tren...”


  1. True Story. Si por casualidad alguien lo conoce, que le hable de mi y que me mande un mensaje al mail que hay en Información jajaa Se fue dirección Manresa, para más datos...

domingo, 11 de septiembre de 2011

Cuentos inmorales


¿Te ha pasado alguna vez que recuerdes una película que viste en tu infancia/juventud, que te dejara con inquietudes? Eso fue lo que me comentó mi amiga Annette, hablándome de esta película, 'Cuentos Inmorales', de Walerian Borowczyk, rodada en el 1974. Ella tenía ganas de volver a verla y comprobar si ahora, con mucha más experiencia en la vida y en el sexo, comprendía cosas que en aquellos años se le habían escapado. Yo, nunca había oido hablar de ella, asi que me picaba la curiosidad. Con los pocos datos que contaba, se la busqué por Internet. La pude ver y la verdad es que no me dejó indiferente. Tiene momentos bastante buenos. No es pornográfica, pues no enseña los actos crudamente, sino que los sugiere o los muestra cubiertos, dejando margen a la imaginación de cada uno.

Se compone de cuatro historias, bastante distintas entre si, con el erotismo de esbeltos cuerpos femeninos muy propio de los años 70, cuando los sexos aún estaban adornados de espeso vello rizado y no estaban tan de moda los pechos opulentos sino los más aniñados.


La marea trata de unos primos que veranean juntos y la iniciación de la chica en el sexo durante un viaje a una rocosa playa, donde él le explica el mecanismo de las mareas, con un evidente paralelismo a la felación que ella se ve obligada a practicarle. A destacar el aire inocente y sumiso de la protagonista, apenas una cria, tan deseosa de complacer a su experimentado primo con sus labios carnosos y provocadores y una mirada muy tierna, tan azul como el mar que les rodea.


Theresa Filósofa es la historia de una joven profundamente religiosa que oye voces y que se debate entre su ideal de pureza y una pasión ardorosa que la consume y a la que cede, recluida en su habitación, entregándose a los placeres solitarios del onanismo con unos afortunados pepinos.


Erzsebet Bathory nos muestra un momento de la vida de la sangrienta Condesa  húngara, famosa por ser quizás la mayor asesina en serie de la Historia, pues se dedicaba a matar y bañarse en la sangre de jovencitas de la región en la creencia de que así conservaba su juventud y belleza. El corto nos muestra como estas chicas son escogidas en los pueblos y llevadas al castillo. Allí nos deleitamos con la visión de sus hermosos cuerpos cubiertos de jabón y agua caliente en las múltiples duchas de la Condesa, frotándose y jugando entre ellas, disfrutando del bienestar que la aristócrata les ha proporcionado, sin ser conscientes del trágico final que les espera.
Una curiosidad de la película es que la actriz que da vida a la condesa no es otra que Paloma Picasso, hija del célebre pintor. La escena principal consiste en toda una orgía de féminas, disputándose trozos del vestido semitransparente cubierto de perlas que lleva la protagonista, que le es arrancado pedazo a pedazo. Es un segmento lleno de sensualidad, totalmente lésbico y el sonido de la tela rasgándose y la manera en que ella se enfrenta a esa forma de ser desnudada es muy sexy.


Y para terminar, Lucrezia Borgia evoca los rumores que las malas lenguas de su época difundieron, pues decían que mantenía relaciones incestuosas con su padre, Alejandro VI, Papa de Roma, y con su hermano César, que era cardenal y a los que acusaron de ser padres del hijo que tuvo con solo 17 años. Son escenas cargadas de transgresión y herejía, pues se burlan repetidamente de la religión católica.

Por si os a parecido interesante y os apetece verla, aquí es una de las varias páginas donde la podeis encontrar. 'Cuentos Inmorales Online'

domingo, 4 de septiembre de 2011

30 Seconds To Mars - Hurricane (2010)

Me gustan mucho 30 Seconds To Mars, de hecho estuve en su concierto en Barcelona el pasado 18 de Diciembre del 2010 y me lo pasé genial coreando y bailando todas sus canciones con mi amigo Xavi.

Quería destacaros este video, aunque casi se podría considerar cortometraje, ya que dura algo más de 13 minutos. Me ha costado encontrar una versión sin censurar, pero aquí la teneis, con imagenes explicitas del mundo más oscuro y bedesemero de las fantasías de Jared Leto y compañía.... Parece que está de moda, eh? Sexy, sexy..... A mi Shannon me pone muy caliente....

domingo, 21 de agosto de 2011

Medusa The Dollmaker

El otro día estuve en la tienda de Madame Chocolat, un local lleno de ropa y accesorios de lo más variopintos, estilo Lolita, Steampunk, Pin-up, Gothic y demás.  Nos habían prestado la sala del sótano, llamada Alice Room, decorada con reminiscencias a los cuentos de Alicia, para una reunión. Las paredes aún estaban adornadas con banderines y grupos de ilustraciones en exposición del recientemente celebrado "Dolly Market".

Desde el momento en que descubrí estos dibujos, mi mirada volvía una y otra vez a ellos, deseando acercarme y averiguar de quien eran. Tuve que esperar hasta casi el final de la reunión para poder levantarme y mirar el cartelito con el nombre de la autora.

"Medusa, The Dollmaker" es el nombre por el que se conoce a Asunción, una chica valenciana de 28 años, dibujante, diseñadora gráfica y artista tradicional. Sus dibujos están impregnados de sensualidad y una cierta melancolía que me encanta.

Tiene publicado un libro por Planeta DeAgostini llamado "Cabaret" y otro en preparación que se va a llamar "Miracle", que editará Norma Cómics.  Aquí os dejo algunos de sus dibujos. Si os gustan, podreis encontrar mucho más sobre sus trabajos en su página web, blog (cuyo enlace teneis arriba, en su nombre), Twitter, Facebook y Deviantart.






domingo, 14 de agosto de 2011

Cuaderno de bitácora


El portugués y yo, sentados frente a frente en el pequeño camarote, cada uno en una de las dos camitas perfectamente hechas, cubiertas con una manta azúl marino, sentimos que había llegado el momento de dejarnos llevar por una marea de emociones, largamente contenidas. Después de varios días de perseguirnos mutuamente, buscando la ocasión oportuna para poder hablar, después de intercambiar incontables miradas, prometedoras de mil nuevos placeres, intentando vencer la timidez y buscando el valor para dejar de ser extraños en el crucero que nos llevaba de vuelta a Barcelona, después de todo eso, al final fui yo la que se lanzó a por todas, en nuestra última noche de travesía.

La discoteca ya cerraba y queriamos encontrar un sitio donde seguir nuestra recién comenzada charla, pero todos los bancos y rincones estaban tomados por viajeros durmientes, así que acabamos en su pequeña habitación de chofer de camión, por suerte para ambos, sin compañero de viaje.

Y así, mirándonos a los ojos, tomándonos de las manos, permitimos que nuestros labios se unieran lentamente, a nuestras lenguas perseguirse, cambiando las palabras por saliva. Me arrodillé entre sus piernas, fundiéndome en un abrazo con su cuerpo caliente, dejando que mis manos atrapasen y se enredasen en los mechones de su largo cabello, mientras nos besábamos de nuevo intensamente.

Me deshice de mi camiseta, dejándole recorrer mis hombros y espalda con sus manos grandes y ásperas, aunque sumamente delicadas, hasta encontrar el cierre de mi sujetador y luchar infructuosamente contra él, ya que al final tuve que soltarlo yo misma. Sus labios acudieron, como llamados por el canto de una sirena, hasta la acogedora generosidad de mis pechos y mis rosados pezones, que lamió con fruición.

Sus dedos traviesos, tomando cada curva de mi piel, al final se perdieron en el interior de mi pantalón y, simplemente con la forma de acariciar mi clítoris, supe que iba a ser un gran amante.

Él se quitó la camiseta negra y los tejanos y yo terminé de desnudarme, sin prisas, sin pausa, bajo la ténue luz anaranjada de la estancia. Su piel estaba muy bronceada por el sol del verano, tan solo su culete pequeño y prieto parecía un poco más claro. Acodada en el estrecho camastro, admiré su estampa de Tarzán, su pecho amplio y lampiño, una cinturita pequeña y brazos y piernas poderosos, un rostro lleno de fuerza: unas cejas pobladas que enmarcaban sus ojos de obsidiana ardientes de deseo, una nariz de boxeador ligeramente achatada y una sonrisa luminosa de dientecillos pequeños, enmarcado todo ello por una melena larga y fiera, de puro azabache, que le llegaba hasta los hombros. Y mi boca se hizo agua y unas ruedecillas giraron enloquecidas en mi bajo vientre al contemplar la imponente erección de su temible verga que, oscura y turgente, invitaba a la lujuria.

Me lancé sobre ella, susurrando, casi suplicando: 'quiero chuparla' y él se dejó hacer, con expresión satisfecha. Me apliqué con intensidad y ganas, sabiendo que ninguno de los dos quería llegar hasta el final, dejándole disfrutar de mi boca apenas unos minutos, cubriéndola de calor y saliva, hasta que vi sus ojos cerrarse y su cuerpo entregarse a mi. Me separé de él, mirándole lascivamente, invitándole a poseerme. Como si leyera mi pensamiento, fue empujándome levemente hacia atrás, hasta que estuve tumbada en la cama y él sobre mi, dominando mi cuerpo al completo desde la atalaya de mi pubis.

Uniendo su cuerpo al mio en un abrazo tierno y envolvente, sentí su ariete abrirse paso, resbalando en el perlado mar de mi sexo hacia las profundidades de mi ser, meciéndome en el vaivén de sus voluptuosas acometidas. Mis manos se tornaron medusa, atrapándolo, acercándolo cada vez más, envenenándole de mi pasión, envolviéndole en mis gemidos.

Se apartó de mi y sus dedos continuaron la tarea de darme placer, pacientemente, con ambas manos a la vez, con la perfección de quien domina la materia, hasta hacerme gritar, quedando cautivos en el pulso de mi orgasmo, una Caribdis hecha carne, atrayéndole hacia su perdición. De nuevo me miraba complacido y eso conseguía que le deseara sin medida.

Volvió a penetrarme, despacito, quedándose muy quieto dentro de mi, a pesar de mi ansia. Mis ojos interrogaron a los suyos. 'Estoy conociéndote' me contestó, 'descubriendo tus secretos'. Otra oleada de sacudidas me conmovío casi al instante, sintiendo bombear la sangre dentro de él, dentro de mi. Tuvo que tapar mi boca, pues la vida se me iba por ella. 'Vas a despertar a todo el mundo', me dijo entre risas, con su acento extraño y dulce. Y yo también reí, abrazándome a su cuerpo, mi tabla de salvación, mientras flotábamos sobre el eterno y oscuro Mediterráneo en una noche que parecía no tener fin.

Quise convertirme en su amazona, cabalgar sobre su mástil, hacerle ahora llevar mi ritmo, moviéndome con la cadencia del oleaje, poniéndome a continuación en cuclillas y obligándole a mirar cómo su polla me taladraba una y otra vez. Luego, izada sobre él, tracé con mis caderas círculos y más círculos en un remolino infinito, hasta que no pudo más y cambió las tornas.

Me tomó a cuatro patas, sujetando mi melena roja entre sus dedos morenos porque así se lo pedí, empujando con fuerza, acariciando mi espalda, sujetándose a mi trasero. No conté las veces que hizo que me corriera, pero fueron muchas, muchas...

Vuelta tras vuelta, volvimos a estar cara a cara, sus brazos musculados atrapándome contra el duro colchón. Y, como ola contra una roca, la salada espuma de su océano cubrió mi cuerpo, entre suspiros y sudor. Su cabeza se hundió en mi hombro y quedamos un rato abrazados, acunados por el leve movimiento del barco.

Quedamos en que vendría a despertarle al día siguiente y, mientras me dirigía a mi camarote, situado una planta más arriba, y recorría silenciosa los pasillos, rememorando cada caricia y cada beso, me di cuenta de que lo que no recordaba era su nombre.


Ya en mi cama, me dormí con una sonrisa, soñando con mi portugués, mi gitano sin nombre, señor de los siete mares, contando los minutos para volver a ser suya, sintiendo su olor en mi piel y dejando que el ardiente deseo de su cuerpo me inundara y consumiera una vez más.

Para Marcelino. Espero que las corrientes vuelvan a traerlo hasta mi costa.