domingo, 2 de enero de 2011

Cabaña




Aquel domingo por la tarde, mis amigos y yo habíamos salido de excursión por el bosque, en busca de setas y un cambio de aires, lejos de la rutina y el ruido de la ciudad. Sin mucha experiencia en el asunto, pronto me di cuenta de que me había alejado demasiado del grupo y que vagaba sin rumbo por parajes desconocidos. Mi móvil había perdido toda cobertura, así que fui caminando en busca de alguna zona habitada o persona que me pudiera ayudar.

Empezaba a oscurecer cuando di con un claro en el que se distinguía una forma cuadrada entre los árboles. Era una vetusta cabaña, de madera y piedra, medio cubierta por el follaje y el polvo, rodeada de tablones que se habían ido desprendiendo, pero que aún seguía en pie, desafiando el paso del tiempo.

Entré sigilosamente, ya que me pareció escuchar voces en su interior a pesar de parecer un sitio abandonado y no me equivocaba, pues enseguida distinguí una luz tras una puerta entornada. Espié en silencio por la rendija y lo que vi me dejó con la boca abierta.

La habitación era rectangular, alargada, debía haber sido un comedor para bastante gente y estaba iluminada por dos lámparas portátiles de gas, pequeñas y muy tenues y unas cuantas velas parpadeantes que los que estaban usando la estancia debían haberse traído. A diferencia del resto de la cabaña, la habían despejado de trastos y limpiado un poco. Incluso había una alfombra que, aunque vieja, no parecía pertenecer a aquel lugar. Dos mochilas y algo de ropa amontonada reposaban en un rincón.

Una muchacha muy delgadita, de largo cabello negro y piel muy blanca, estaba atada a la pared opuesta a la puerta desde la que yo espiaba, completamente desnuda, sus brazos en alto, sus muñecas rodeadas por esposas y éstas sujetas a una cadena amarrada al muro de piedra. Sus piernas abiertas se mantenían separadas mediante una barra de madera con abrazaderas de piel en sus extremos, sujetando sus tobillos.

Un hombre muy musculoso, con los brazos y el pecho cubiertos de tatuajes y la cabeza rapada, vestido con unos tejanos y una camiseta de tirantes, caminaba nerviosamente de lado a lado, mirándola fijamente y con fiereza, hablándole en una lengua que yo no entendía. La abofeteó sonoramente, lo que me hizo dar un brinco, temiendo por un momento que me descubrieran, pero no fue así.

Él hundió su manaza entre las piernas de ella, buscando su humedad, frotando su coño con aquellos grandes dedos, masturbándola mientras con la otra sujetaba su pelo, levantando su cabeza y buscando su mirada, observando cómo su linda boca se abría para gemir, llevándola hasta el borde del orgasmo y parando, dejándola temblorosa y jadeante.

Acto seguido, tomándola de la cintura, la hizo girar, poniéndola de cara a la pared. Golpeó un lado de su trasero un par de veces con la mano abierta, dejándolo bien rojo y, tomando luego una de las velas encendidas, dejó caer la cera derretida sobre la curva de su nalga. Ella se quejó un poco, pero se dejó hacer. Él repitió todo el proceso en el otro lado de su blanco culito y luego procedió a lamer lentamente toda aquella cera de su piel, que se quedaba pegada en su lengua y a escupirla al aire para ver como caía al suelo. Pensé que era provocador y excitante: nunca había visto algo así.

Sentí que quería ayudar a aquella pobre chica... pero también quería continuar mirando. Me estaba poniendo muy caliente.

Volvió a girar a la muchacha y golpeó sus pechos firmes varias veces, pellizcó largamente sus pezones mientras le hablaba y ella balbuceaba respuestas que yo, sin entender, comprendía: “sí, señor”, “no, señor“. Él iba bajando con su lengua por su vientre, hasta hundir su cara en aquel coño que palpitaba, lleno de deseo y temor. Ella tiraba de la cadena, su cuerpo se arqueaba entre sollozos y yo no pude evitar que mi mano derecha se metiera en mi pantalón, en mi ropa interior, acariciándome, buscando mi sexo, también mojado y anhelante. De nuevo, aquel hombre tatuado paró antes de que ella se corriera, haciéndola sufrir, dejándola con ganas de más, suplicando.

Él se fue desnudando, tranquilamente, con una sonrisa maliciosa en su cara, dejándose mirar por ella. Tenía un cuerpo espectacular, hermoso. También había tatuajes en sus potentes muslos y trabajado vientre, y entre las piernas, su erección era temible. Le hablaba a la chica casi en un susurro, arrodillado ante ella, quitando la barra que sujetaba sus tobillos muy despacio. Luego, tras besarla apasionadamente, sujeto a su cabello oscuro, soltó las esposas de sus muñecas.

No me lo esperaba. La chica arrancó a correr en dirección a la puerta tras la que yo me escondía. Apenas a un par de metros de mí, él le dio alcance y la lanzó al suelo, sobre la mugrienta alfombra. Pelearon, girando enlazados, ella tratando de escapar, él tratando de retenerla. Yo no podía dejar de tocarme, observando la bella lucha de sus cuerpos desnudos, la forma en que él la dominó contra el suelo, sujetando su cuello y obligándola a abrir sus piernas de nuevo para él. La embistió con su dura polla, penetrándola brutalmente. La chica gritaba, abrazando su espalda, arañándola, sacudiéndose bajo el peso de su amante. Sentí que yo me corría con ella, un orgasmo salvaje que acallé con la mano sobre mi boca.

Ella movió su cabeza hacia atrás y sus ojos se abrieron, mirándome unos segundos. Pero no gritó ni dio la alarma, solo me sonrió dulcemente, como si hubiera sabido todo el tiempo que yo estaba allí.

Me fui sin hacer ruido antes de que terminaran y me descubrieran. Al poco de vagar en la oscuridad del bosque, la suerte quiso que diera con mis amigos y, aunque insistieron para que les llevara hasta la cabaña cuando les conté toda la historia, nunca fuimos capaces de volver a encontrarla.

¡Felíz año nuevo! Una vez más, he intentado que el personaje narrador fuera neutro (¡cómo cuesta algunas veces!), me refiero a que en ningún momento dejo ver si es un hombre o una mujer... ¿A quien te imaginas tú? ¿A ti mism@ o a mi...? ¿Quien es el objeto de deseo de la persona que mira, la chica atada y sometida, el hombre de los tatuajes o la situación en si? ;)

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