Me pierdo en la profundidad de su mirada. El brillo de sus ojos delata su amor por mi, no lo puede esconder, la dulzura de su expresión me emociona. Le adoro.
Su piel es mi Paraíso, conozco cada rincón, cada pliegue, cada lunar, he lamido mil veces cada una de sus cicatrices.
Sus caricias me transportan a un mundo donde sólo estamos los dos. Mi alma se llena de su presencia, de su ser.
Nos amamos casi en silencio, temerosos de ser escuchados, furtivamente, pendientes de la respiración del otro, de cada leve gemido, que desata esta pasión contenida.
Nos movemos despacio, acompasadamente, sin prisa. La oscuridad de la noche es nuestra aliada, la luz de la Luna que entra por la ventana, la guia a través del mapa de nuestros cuerpos.
Las manos entrelazadas, las bocas se buscan y se unen en besos largos y dulces.
Siento la calidez de su abrazo, su pecho es mi refugio. Somos la misma esencia, somos el mismo calor que nos funde hasta unirnos en uno solo.
No quiero que termine, quisiera seguir así eternamente. Le doy todo lo que tengo, todo lo que soy.
La forma en que besa mi cuello me hace temblar, el leve roce de sus yemas me electriza, acaricio su bello rostro, casi a punto de llorar, mi corazón late con mucha fuerza. Siento que moriría si no estuviera con él, si no fuera parte de su vida como lo es él de la mía.
Ahogo un gemido en la almohada, me muerdo los labios, siento que me voy, y él se viene conmigo. Dentro de mi, una calidez y un palpitar que me deja indefensa. Abrazados, unidos. Para siempre... ¿Para siempre?
Una vez más, vuelvo a despertar con la cara mojada, me escuecen los ojos de cerrarlos tan fuerte en mi soñar. Una vez más, el recuerdo de aquella vez que F y yo hicimos el amor, después de haber follado tantas miles de veces, aquella vez tan diferente, tan especial...
Y el dolor de saber que eso se perdió, para siempre.
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