Salió al balcón a fumarse el último
cigarrillo del día. Era su momento favorito: recostado sobre la
barandilla, disfrutando de los sonidos de la noche, la suave brisa,
la tranquilidad. Por fin podía estar a solas con sus pensamientos.
Mientras lo encendía, dejó vagar su mirada por los edificios del
otro lado de la avenida. Aún quedaban unas pocas ventanas
iluminadas, pero la gran mayoría estaban ya a oscuras. Dejó ir la
primera bocanada de humo, que se elevó lánguidamente hasta perderse
en el cielo estrellado.
Fue entonces cuando la vio. Tumbada con
indolencia boca arriba, desnuda, su piel iluminada tenuemente por la
luz blanquiazul de la pantalla de su portátil, que reposaba junto a
ella sobre la cama.
Su mano acariciaba con suavidad su
muslo, subiendo despacio por él, hasta perderse en un sexo que
imaginó cálido y húmedo, vibrante de ganas. Sus piernas se
separaron delicadamente mientras ella buscaba su placer, la mirada
clavada en las imágenes que la estaban provocando, ignorante de esos
ojos lascivos que estaban posados sobre su cuerpo. Se deleitó en sus
hermosas curvas, en la forma en que su otra mano apretaba uno de sus
pechos, en su oscuro cabello desparramado sobre la sábana, en cómo
su boca se abría, tal vez para gemir.
Sintió su propio sexo, inflamado y
pulsátil, apretado dentro de su pantalón. Le hubiera gustado
tocarse mientras la miraba, pero el temor a ser descubierto por su
esposa, que terminaba de recoger el piso antes de ir a dormir, le
frenó. Se arrimó a la barandilla, esperando que su contacto frío
y duro aliviara en algo su deseo. Aquella excitación voyeurista le
hizo sentir algo sucio, pero no podía dejar de observarla.
La vio incrementar el ritmo de sus
caricias, su espalda arqueada levemente, ahora con los ojos cerrados,
inmersa ya en su sentir, ambas manos entre sus piernas, con unos
dedos conocedores de todos sus secretos buscando la intensidad del
orgasmo. Sus labios se abrieron en una O perfecta, para luego
relajarse toda ella completamente, su rostro iluminado por una leve
sonrisa. Se quedó ahí tumbada unos minutos, disfrutando las
sensaciones de su cuerpo saciado. Ella le lanzó una rápida ojeada,
se echó a reír ante su cara de sorpresa, apagó el ordenador y se
puso de costado a dormir. La oscuridad total inundó su habitación y
ya no fue capaz de distinguirla. ¿Había sabido que estaba allí
todo este tiempo? Se sintió un poco avergonzado, pero también
halagado.
Le echó un vistazo a su cigarro: se
había consumido casi en su totalidad, se había olvidado
completamente de él. Le pegó una última calada y lo tiró en el
cenicero que guardaba para tal efecto. Aquella noche, le hizo el amor
apasionadamente a su mujer, sin poder quitarse de la cabeza a aquella
desconocida que se había masturbado para él. Se había planteado el
dejar de fumar pero ahora, más que nunca, necesitaba una buena
excusa para salir cada noche a su balcón.
He intentado participar en un concurso de relatos eróticos con esta historia. Según las bases, debía tener entre 300 y 500 palabras. Según mi contador de Office, tiene 495, pero en la página del concurso me rechazaban todo el rato diciendo que era muy extenso. Lo recorte a unas 380, pero ni con esas. Así que a la porra. Ellos se lo pierden y vosotros lo ganáis. Espero que os haya gustado.
UPDATE: Al final conseguí presentarlo en la convocatoria del 2017 y... ¡HE GANADO! El premio son unos vibradores, nada que me interese, pero el orgullo de saber que mi relato es el que más ha gustado es enorme!
UPDATE: Al final conseguí presentarlo en la convocatoria del 2017 y... ¡HE GANADO! El premio son unos vibradores, nada que me interese, pero el orgullo de saber que mi relato es el que más ha gustado es enorme!