domingo, 30 de junio de 2013

Sentimientos (Catábasis)



1. Felicidad
Lo primero que veo al despertar esta mañana es mi imagen en el espejo del armario, justo frente a mi cama. Me veo guapa. Tengo las mejillas arreboladas, los ojos brillantes, la piel luminosa, el pelo despeinado y la estúpida sonrisa de felicidad de una cuarentona que se está tirando a un chico 15 años más joven que ella.  

Hundo mi cara en la almohada y aspiro el aroma que tu pelo dejó en ella la noche anterior, cuando dormiste aquí conmigo. Bueno, la verdad es que, lo que se dice dormir, dormimos poco... También las sábanas, color rojo sangre, huelen a nuestros sudores y fluidos. Las estrujo sobre mi boca, cerrando los ojos para captar mejor tu esencia. Mi mano derecha se pierde bajo ellas, buscando entre mis piernas recuerdos del placer que compartimos. 

Encuentro mi sexo ya mojado, y comienzo a tocarme, reviviendo la forma en que te movías sobre mí, visualizando en mi mente cada parte de tu cuerpo, deseando de nuevo estar atrapada entre tus fuertes brazos, escuchando tus jadeos y mis gemidos y cada una de las palabras que nos dijimos mezclarse en un trepidante concierto de sonidos. Mis suspiros se convierten en tus caricias. Guardo en mi piel todavía las marcas de tus dedos, que se aferraban firmemente a mis pechos mientras te cabalgaba, hasta llegar a hacerme daño. El recuerdo de tu mirada desafiante, agarrado a mi melena, me desarma por completo y me hace perder el control. Mi boca se abre, buscando la tuya, buscando esos labios que me dan la vida con cada beso. Mi cuerpo se sacude en espasmos de placer, imaginando que tú también te corres dentro de mí. Daría lo que fuera porque estuvieras aquí de nuevo, poder besar tu cuello y acariciar tu cabello azabache mientras reposas sobre mi hombro. Creo que estoy empezando a quererte más de lo que debería... y eso me asusta.


2. Impaciencia
Me levanto con la ilusión de saber de ti. Mientras desayuno, conecto mi ordenador y espero a que se carguen las páginas por las que sueles estar. Siento mariposillas en el estómago y los ecos difusos de mi deseo en el bajo vientre.

Y pensar que todo esto empezó, hace apenas un par de semanas, en aquella cafetería de dos plantas en la que nos conocimos. Miradas de aprobación, flirteos que se convirtieron en abiertas proposiciones, a cuál más indecente, entre nuestras risas divertidas, medio en broma, medio en serio, roces furtivos de nuestras manos bajo las mesas... Continuaste provocándome hasta conseguir un beso, atraída hacia la miel de tus labios como una polilla hacia la luz para, al igual que ella, encontrar allí la muerte a mis reticencias. 

Un nuevo día, una nueva cita. Cuesta esperar el momento de volver a estar juntos, de tanto que te deseo. Quedarnos completamente solos en la planta superior de la cafetería y que te la saques del pantalón, dejándome anonadada con su buen tamaño y que me retes a tenerla en mi boca tan solo diez segundos, amenazándome con que no te la vas a guardar hasta que lo haga, venga gente o no. Sentir el peligro de estar en un sitio público y no poder evitar reírme como una tímida niña virgen, sin saber si ceder a tus caprichos o no. Yo, la mujer madura con años de experiencia y curtida en mil batallas amorosas, la que siempre dice que no se asusta de nada...

Acceder y chupar, y que diez segundos me sepan a poco. Gemir con tu polla en mi boca y querer estar en otro sitio, más privado, con menos ropa y con mucho más tiempo para dedicarle, a ella y a ti.

No poder apartarte de mi mente, sentirme caliente y excitada cada vez que rememoro la escena, cada vez que veo que me hablas en Facebook o en Twitter. Hacerte más de un homenaje cada día, hasta que estoy dolorida de tanto tocarme. Confesarte mi adicción a tu sexo en conversaciones secretas y que tú me digas que me necesitas igual...

Que, en la siguiente cita en la misma cafetería, nos encerremos en el lavabo de hombres, estrecho y maloliente, para un magreo intenso y apresurado. Arrodillada ante ti, dándote placer con mi lengua, empapándote de saliva mientras sobeteas mis pezones, y acabar de una forma rápida, masturbándote contra mis labios, que te esperan entreabiertos, hasta derramarte en mi boca. Salir con precaución y por turnos para que nadie advierta nuestra presencia, saboreando el gusto de lo prohibido.  Sentirme sucia... y muy viva a la vez.


3. Inseguridad
Veo que has colgado unas fotos nuevas en Facebook y entro a mirarlas. Estás con ella, ayer pasasteis la tarde juntos. Es preciosa. Una tierna muchacha de 22 años. No me acostumbro a ser “la otra”, pero no siento celos. Al contrario, me alegra ver tu carita feliz en las fotos. Sé que ella sabe de mi existencia, piensa que solo somos amigos, amparada por nuestra diferencia de edad, aunque creo que comienza a sospechar que no eres del todo suyo. Tú y yo nos excusamos en que no sois pareja, pero algo anda definitivamente cocinándose entre vosotros. 

Pasan las horas. Apenas hemos hablado hoy, después de días de charlas interminables donde hemos compartido secretos y nos hemos explicado media vida, se me hace extraño este silencio. Me da la sensación de que me estás evitando, que te sientes un poco culpable, no tanto por lo que hemos hecho sino por lo que sabes que has escrito y que yo voy a leer. Sabes que vas a hacerme daño, pero no puedes evitar tus sentimientos por ella. Voy encontrando frases tuyas aquí y allá, diciendo cosas que se me clavan en el alma y la rompen en mil pedazos. Confiesas estar enamoradísimo y yo sé que no hablas de mí. Me siento tonta  por haberme hecho ilusiones contigo, tonta por haberte dejado entrar en mi corazón tan fácilmente. 

Tan fácilmente como entraron tus dedos en mi coño empapado de tu saliva, moviéndose con violencia hasta hacerme correr entre alaridos, mojando toda tu mano y las sábanas con mi squirting, para volver a empezar al cabo de unos segundos hasta hacerme gritar ‘no, por favor’ al conseguir de nuevo tu objetivo, dejándome temblorosa y agotada mientras te burlabas dulcemente de mi: ‘¿no, por favor?, ¿seguro que no? ¿seguro?’...


4.Tristeza
Una pena terrible se apodera de mí. Afuera, la tarde se hace oscura. Me regodeo en mi dolor y lloro hasta agotarme.  No es culpa tuya. Yo ya sabía desde el principio que no había ningún futuro para nosotros, que llevamos vidas muy diferentes y que queremos cosas distintas en nuestro porvenir. Pero me hacías sentir feliz y especial y me duele que eso se acabe tan pronto. Es mientras lloro que me doy cuenta de cuánto te quiero y te necesito. 

Quiero tocar fondo para poder resurgir, convertirme en Ave Fénix. Quiero sentirme despreciada y despreciable y luego olvidar, hacer desaparecer lo que siento por ti, igual que desaparecerán las huellas moradas de tus dedos en mi pecho. 

Me tomo mi tiempo para arreglarme y salgo al centro de la ciudad. El club está abierto. Las zonas interiores son exclusivas para parejas, pero las mujeres solas tenemos entrada gratuita. También suele haber siempre, en la barra de la entrada, un puñado de hombres que han venido solos, esperando tener suerte. Escojo al que tiene cara de más cabrón y lo invito a entrar conmigo de pareja. 

Pasamos al interior y le hago saber, mientras nos toqueteamos y nos vamos desprendiendo de nuestra ropa, que quiero que sea muy duro y salvaje conmigo, que tiene mi permiso para todo lo que quiera hacerme, y él esboza una media sonrisa, complacido. Está visto que tengo buen ojo para los cabrones.

Dejo un rastro con mis uñas en su espalda mientras él me la clava sin piedad, completamente abierta, con mis piernas sobre sus brazos. Se queja, insultándome, y me da todavía más duro, atrapada bajo su peso y la lluvia de gotas de sudor que van cayendo sobre mí. Y dejo que mi mente se libere de tu imagen, porque tú no me follas así, tú no me insultas así, tú no me tratas solamente como un cuerpo. Me dejo llevar por el placer anónimo y sin expectativas.

Grandes lagrimones resbalan por mis mejillas mientras me hace mamarsela, empujándola hasta el fondo, sujetando mi cabeza firmemente contra su entrepierna. Él piensa que es porque está ahogándome, y eso es cierto en parte. La otra parte es tu recuerdo, que mana de mis ojos y se va diluyendo a medida que deja su estela en mi piel, descendiendo, para desaparecer finalmente en el negro suelo donde estoy de rodillas.

Mi cabeza se vuelve, obligada por sus grandes manazas que sujetan mi melena, tirando de ella mientras me toma a cuatro patas, asestando terribles golpes a mi blanco trasero, haciendo que me corra al mismo tiempo que mi mirada le suplica un poco de piedad. Pero no va a tener piedad de mí, yo se lo pedí así. Después de todo, estoy con un completo desconocido al que le importan una mierda mis sentimientos.

Un rato más tarde, cuando ya estamos ambos saciados y cansados, separamos nuestros caminos igual que se unieron, sin esperar nada más a cambio que un rato de placer. Termino de darme sola una ducha fresca en el club, me visto y vuelvo hacia mi casa. 

Te he echado fuera de mi corazón y mi cuerpo está dolorido por las ansias de otro. Ya no huelo a ti. Ya no tengo tu sabor en mi boca.

Camino bajo la noche estrellada de este domingo de verano, sintiéndome todavía algo triste, pero limpia y nueva.

Y un poco muerta por dentro, ahora que ya no estás.