domingo, 23 de noviembre de 2008

Préstamo

Al llegar a casa, Victoria me estaba esperando en el balcón que conecta el piso superior a la entrada mediante una impresionante escalera de mármol blanco. Pero ni de lejos tan impresionante como ella. Llevaba un vestido de fiesta negro largo, con escote “palabra de honor”, sus delicados hombros al descubierto, el cabello recogido y maquillada para la ocasión. Bajaba por la escalera como una diva de cine, casi etérea, sujetando en una mano con delicadeza un pliegue de su atuendo, descubriendo sus bellos pies calzados con sandalias de strass, con la otra, acariciando levemente el pasamanos de caoba. La contemplé extasiado, deseando ser esa madera apenas rozada por sus dedos. Me besó dulcemente al llegar ante mí. Me vi rodeado de su embriagador perfume, sabiendo que jamás había amado a nadie como la amaba a ella.

- ¿Vamos a salir esta noche? -pregunté, sorprendido.
- No. Esperamos visita para cenar. No te demores en ducharte y arreglarte, no creo que tarde mucho en llegar.

Multitud de preguntas acudían a mi mente, pero no osé verbalizarlas. Mi Reina me había preparado algo especial, lo que ella ordenase estaría bien para este esclavo suyo, deseoso de complacerla.

Cuando entré en el salón-comedor, ya listo, vi que la gran mesa rectangular estaba preparada para tres: juntos los platos, cubiertos y servilletas en uno de sus extremos y el resto de ella despejada para recibir las bandejas con las viandas. Por tanto, sólo esperábamos a una persona invitada, no a alguna de las parejas con las que manteníamos amistad. ¿Quién podría ser? Cada vez estaba más intrigado.

Pero no tuve que esperar mucho. Al cabo de un momento, sonó el timbre de la puerta. Me acerqué a curiosear quién entraba, justo a tiempo de ver a mi Señora recibir a un caballero elegantemente vestido, maduro, de penetrantes ojos verdes y cabello oscuro ligeramente encanecido, muy atractivo, con un toque latino y maneras exquisitas. Besó su mano mientras la contemplaba con avidez y luego fuimos debidamente presentados. Su nombre era Roberto, un escritor de novelas de misterio, de origen sudamericano, de paso por nuestra ciudad. Victoria y él se habían conocido en un evento organizado por su editorial para la presentación de uno de sus libros en una popular librería del centro y enseguida habían trabado amistad. Habían quedado para tomar un café tras la presentación y, conociéndola, la conversación se habría ido tornando más íntima y sugerente, más explícitamente sexual. Algo de lo que hablaron le había hecho aceptar la invitación para nuestra cena...

Victoria ocupó la cabecera de la mesa como anfitriona y nosotros los sitios a cada lado. Tomamos un aperitivo y pasamos luego a los platos principales. La cena no fue ostentosa, más bien ligera pero deliciosa en su totalidad. Hablamos de diversos temas de poca importancia de forma animada. Tras el café, el servicio desmontó la mesa y les dimos permiso para retirarse hasta el día siguiente, quedándonos los tres solos en la casa.

Tan pronto como oímos su coche marchar, y tras cerrar convenientemente todas las entradas para no ser molestados, Roberto se disculpó y nos dejó unos momentos a solas. Victoria se encaminó hacia mí con paso decidido, su semblante serio, majestuoso en su belleza. Me acarició la mejilla con cariño y me ordenó en un susurro pero imperativamente que me desnudara. En absoluto podía imaginar lo que podría estar pasando por su perversa y deliciosa cabecita, pero confiaba totalmente en ella. Sus deseos serían obedecidos.

Turbado y excitado, me despojé de mi ropa por completo, sin prisas, dejándola bien colocada sobre una de las sillas, esperando la siguiente decisión de mi Ama, que mantenía un cajón de la cómoda abierto, extrayendo cosas que, previsoramente, había dejado allí. Trayendo tres largas cuerdas blancas de algodón, me guió hasta la mesa en la que acabábamos de cenar, apartó las sillas contra la pared y, acariciando mis hombros y mi espalda, me indicó que me inclinara sobre ella. Me hizo separar las piernas y procedió a atarlas a cada una de las gruesas patas de madera maciza. Sus movimientos estudiados, su control, hacían de ella la Diosa a la que adoro, me sentía estremecer con el contacto de sus manos sobre mi piel, mientras comprobaba que sus nudos fueran fuertes y me sujetaran firmemente, evitando una posible escapatoria por mi parte. La tercera cuerda enlazó mis muñecas juntas y fue atada a las patas del otro lado, dejándome estirado de medio cuerpo sobre la mesa, inmovilizado. Victoria volvió al cajón de la cómoda y extrajo una tela blanca y liviana con la que me cubrió por completo. El tiempo pareció detenerse ahí debajo, sin saber lo que pasaba a mí alrededor, esperando totalmente quieto.

Oí a Roberto volviendo a entrar en el salón y la voz de mi Ama diciéndole que ya estaba listo. Sentía los latidos de mi corazón golpeando con fuerza, mi respiración agitada, nervioso y, por qué no decirlo, un poco asustado. Él levantó brevemente la tela para contemplar mi cuerpo expuesto, valorando el “material” y le escuché dar su aprobación. Luego, los susurros de sus ropas al desnudarse, el claro sonido de una cremallera, unas risas... Les imaginé besándose, acariciándose... ¿Qué estaba pasando? Notaba mi cara enrojecida, estaba acalorado, quería mirar, quería participar...

Ella retiró entonces la tela y, ocultando con una mezcla de vergüenza y excitación mi rostro entre los brazos, pude notar el frío del lubricante con el que untó mi ano, suavemente, penetrándome con sus dedos, primero uno, con delicadeza, luego dos, preparándome mientras me hablaba con voz calmada, contándome que era su voluntad entregarme esa noche a su nuevo amigo, que yo iba a ser prestado para su disfrute y que debía ser complaciente con ambos. Roberto se nos había acercado a comprobar la operación y recorría mi espalda con una de sus fuertes manos mientras con la otra se masturbaba, poniéndosela dura, tomando posiciones.

Mi Señora se colocó en la zona opuesta de la mesa, inclinándose sobre mis brazos extendidos, podía sentir en ellos el roce de sus pechos. Tomó mi cara entre sus manos, levantándola y clavando su mirada en la mía, observando atentamente mis reacciones mientras Roberto abría mi culo con sus pulgares y introducía sin más contemplaciones su miembro de buen tamaño dentro de mí. Cerré los ojos, apretándolos con fuerza, ahogué un gemido ante el ardiente dolor que me traspasaba, a pesar de la preparación, mordiéndome los labios para no gritar y, al volver a abrirlos, con lágrimas asomando, me encontré con el dulce rostro de mi Dueña, que no se había apartado y seguía sosteniéndome. Podía leer en sus ojos de miel las cambiantes emociones que pasaban por su mente: un punto de preocupación, orgullo, decisión y mucho, mucho deseo y amor por mí. Eso me dio fuerzas para comportarme como su más devoto sirviente. Me besó apasionadamente, comprendiendo mi aceptación, con evidente placer.

Se apartó unos pasos y empezó a tocarse ante mí, provocándome con la visión de su cuerpo perfecto. Volvió a subirse felinamente a la mesa, apoyando su glorioso trasero sobre mis antebrazos, abriendo sus piernas ante mi cara y acercando su coño mojado a mi boca, obligándome a satisfacerla mientras ella contemplaba cómo era sodomizado por su amigo, sintiendo oleadas de placer recorrerme, mi mente traspasando los límites a cada embestida, las piernas doloridas y temblorosas por la posición y las ataduras, sufriendo el golpeteo de mi cuerpo contra el duro sustento, lamiéndola sin parar, casi sin poder respirar, empapándome la cara entera de sus fluidos, oyéndola gemir de gusto, aferrada a mi pelo, los tacones de sus sandalias arañando mi espalda... Las contracciones de su coño, la forma en que se arqueó hacia atrás, pegada a mi boca, me hicieron saber que se había corrido, premiándome entonces con nuevas caricias y palabras de afecto mientras abandonaba su lugar.

El ritmo de Roberto se incrementaba, cada vez los golpes eran más fuertes contra mi culo dilatado, me dejé llevar por el placer, la mejilla ardiente apoyada contra la mesa, los ojos cerrados. Aunque quisiera, desde mi posición no podía ver lo que hacía Victoria, así que la imaginé tras él, sobando su cuerpo sudoroso mientras observaba su polla follándome sin compasión, disfrutando, con carita de gusto. La oí darle permiso para que terminara dentro de mí. Los dedos de nuestro invitado se agarraron fuertemente a mis caderas, apretando su tranca muy profundamente mientras notaba el liquido caliente llenándome y escuchando sus gemidos roncos al correrse.

Mi Reina le acompañó al baño, dejándome allí atado, caliente y estremecido, con su semen chorreando por mis piernas y, al cabo de unos minutos eternos, la escuché despedirse de él y cerrar la puerta. Vino a por mí, llevando sólo una preciosa bata de satén negro y me desató con cuidado, amorosamente, su mirada y sus caricias muy tiernas mientras me limpiaba con la suave tela blanca. Nos besamos intensamente y nos quedamos abrazados largo rato bajo la mesa, sintiéndome muy bien por ver esa sonrisa maravillosa que ilumina su rostro cuando es feliz.

Para Jose Mª, mi Tigre... Te la debía desde hace mucho. Tu fantasía, con mis palabras, tal como una vez hablamos... Espero que te guste. Por cierto, te he robado la foto jajaja Un beso muy grande, mi niño.