sábado, 26 de enero de 2008

La sorpresa de Sergio

Sergio me llamó a mediodía para avisarme que pasaría a buscarme esa tarde. Me indicó con claridad y firmeza qué ropa deseaba que llevara puesta y me pidió que no hiciera preguntas al respecto, que era una sorpresa.

Así que allí estaba yo, en la portería de casa, esperando ver aparecer su coche, con una blusa blanca camisera que se ajustaba reveladora a mis curvas y una falda negra tableada muy corta, la larga melena pelirroja suelta, cual inocente colegiala que sin querer resulta explosiva, con unos altísimos zapatos de tacón que hacían mis piernas más largas y estilizadas y sin ropa interior, lo que me hacía sentir mariposas en el estómago, expuesta a las lascivas miradas y algún que otro comentario de los transeúntes que pasaban ante mi. El ambiente era cálido aquella tarde de Septiembre, pero a pesar de eso mis pezones se insinuaban a través de la blanca tela y yo manoseaba nerviosamente el borde de mi falda, temerosa de que alguna corriente de aire dejara al descubierto mi secreto.

Una vez dentro de su coche, Sergio me preguntó con una sonrisa pícara si había seguido todas sus instrucciones, mientras acariciaba suavemente mi rodilla, las yemas de sus dedos deslizándose en un roce muy lento hacia mi entrepierna para comprobar mi afirmación, pero sin llegar a tocar mi sexo, que vibraba anhelante de su contacto, dejándome caliente, con un suspiro atenazando mi pecho pero con una expresión feliz en mi cara, complacida con el reto, ansiosa por averiguar de qué iba su sorpresa.

Nuestro destino fue un sex-shop, lo que me dejó sumamente desconcertada, pues esperaba que me llevase a algún local de intercambio o a alguna habitación privada. Tras pasar unos minutos mirando los diversos juguetes y lencería, sintiendo el bulto que había crecido dentro de su pantalón rozarse contra mi trasero, sus fuertes manos sujetándose a mi cintura o intentando juguetonas acceder bajo mi falda, apartando mi cabello y besándome delicadamente por sorpresa en el cuello, haciéndome estremecer, haciendo comentarios sobre los diferentes objetos que llamaban nuestra atención, provocándonos, mirándonos y riendo, yo ya me sentía enferma de deseo.

Me fue guiando sin yo advertirlo hacia un pasillo más oscuro, casi oculto, con cabinas a ambos lados, unas cerradas de las que procedían voces y gemidos y otras abiertas, con un panel donde escoger entre varias películas para visionar en privado por un módico precio, pero no me hizo entrar en ninguna de ellas, sino que siguió hasta el fondo, hasta un vestíbulo entre dos cortinas de terciopelo negro. Una vez traspasadas, vi que estábamos en una pequeña sala de cine. Era realmente minúscula, casi un saloncito, con apenas seis filas de viejas butacas raídas, y en su enorme pantalla estaba siendo proyectada una película porno de corte convencional.

Recorrimos un pasillo lateral cogidos de la mano y nos sentamos en la primera fila, no estábamos allí para ver la película, ciertamente. Otros tres hombres estaban desperdigados por la pequeña estancia, escondidos en la penumbra, ocupados en procurarse su propio placer, pendientes de la acción en la pantalla hasta que yo entré. Pude notar claramente sus miradas siguiéndome, repasando mi cuerpo, deseándome, haciéndome sentir cohibida y a la vez excitada.

Los ojos de Sergio brillaban mientras me decía que confiara en él, que no permitiría que me pasara nada malo, que me dejara llevar. Sentado a mi lado, me hizo poner la pierna izquierda sobre las suyas, levantando mi falda, dejando a la vista mi entrepierna desnuda y rasurada, mi raja abierta y húmeda, su dedo corazón moviéndose con maestría sobre mi clítoris mientras me besaba apasionadamente, yo abriendo su camisa para jugar con los piercings en sus pezones que despiertan mi pasión. Cerré los ojos, sin poder reprimir mis gemidos, sabiendo que él me observaba con atención, que estaba disfrutando con mi placer y con la provocación de tentar a aquellos desconocidos y a mí me encantaba hacerle disfrutar, sintiéndome a la vez muy guarra y orgullosa.

Un susurro, un ligero movimiento a mi derecha me indicó que alguno de los hombres de la sala se había cambiado al asiento junto al mío para ver más de cerca lo que estábamos haciendo. Tras un intercambio de miradas, Sergio le indicó con un movimiento que adelante, que tenía permiso para tocarme también. Yo seguí con los ojos cerrados, notando cómo la calidez de una mano extraña acariciaba la cara interna de mi muslo derecho hasta llegar a mi coño empapado, cómo dos dedos gordezuelos se introducían muy lentamente y comenzaban a moverse dentro de mí, haciendo presión hacia arriba. Con su otra mano, llevó la mía hacia su bragueta abierta, haciéndome descubrir una tremenda erección bien lubricada, que empecé a trabajar acompasadamente mientras con la izquierda hacía lo propio con la de Sergio.

Pronto unas nuevas manos aparecieron, acariciando mi cuello desde atrás, tirando de mi cabeza, haciéndome arquear la espalda sobre el respaldo de la pequeña butaca, bajando a continuación por mi escote y desabotonando mi blusa, dejando al descubierto mis generosos pechos, atrapándolos, amasándolos, pellizcando mis pezones mientras una boca desconocida mordisqueaba mis labios y mi lengua jugaba con la suya, jadeando casi sin aliento, embargada de placer.
Sabiendo que estaba ya casi a punto de correrme, Sergio les hizo parar y a mí ponerme en pie ante él sobre una pequeña tarima acolchada delante de la pantalla. Allí acabó de quitarme la ropa, exhibiéndome ante ellos, que también fueron desnudándose sin apartar la vista de mí, manteniendo duras sus armas, dispuestos a usarlas en breve. Primero me hizo estirar boca arriba y aquellas cuatro bocas hambrientas recorrieron cada centímetro de mi anatomía, devorando cada rincón, dejando mi piel ardiente cubierta de brillantes caminos de saliva, hasta ver cómo mi cuerpo se tensaba, agarrada al cabello de alguno de ellos, alcanzando el esperado clímax, para luego apartarlos de mí y hacerme poner a cuatro patas, acariciándome como si fuera un bello animal de su propiedad, con un destello travieso de aprobación en su mirada.

Cual hábil director de escena, situó a sus actores a mí alrededor y así me encontré con una enorme verga que se bamboleaba húmeda ante mi cara y que comencé a chupar con deleite a la vez que sentía como alguien separaba mis nalgas y hundía su cara entre mis piernas, lamiendo con fuerza mi coño chorreante y un tercero se apoderaba de mi mano derecha para ser masturbado por ella mientras me agarraba las tetas hasta hacerme daño. Sergio me cogía por el pelo arrodillado a mi lado mientras susurraba a mi oído todos los insultos, palabras sucias y ordenes que sabía me vuelven loca.

El de atrás empleaba su lengua viciosa para jugar en mi ano y me iba introduciendo un dedo para dilatarlo, hasta que lo vio preparado para su pollón. Un destello rojo de ardiente dolor me traspasó al recibirlo dentro de mí, haciéndome gritar, pero con unos cuantos empujones empezó a transformarse en un placer intenso. El que me sobaba las tetas me penetró con su pulgar, en el palpitar de su polla entre mis dedos podía sentir cuánto le estaba excitando el notar a través de la delgada piel que los separaba las feroces embestidas dentro de mi culo. Mi boca no daba descanso a las dos enhiestas trancas que pugnaban por ser tragadas, la de Sergio y la del tercer extraño, bañándolas juntas en mi saliva caliente, succionándolas y lamiendo sus huevos, siendo acariciada sin cesar por sus manos voraces de mi piel.

El de atrás tiró de mis caderas, arrastrándome con él, haciéndome cambiar de posición sin sacarla de mi culo, él estirado en el suelo y yo sentada sobre su polla, las piernas muy abiertas mostrando el hinchado esplendor de mi vulva cubierta de jugos. Sergio y sus dos compañeros fueron turnándose a follarme, mientras uno me la metía hasta el fondo, otro me hacía seguir comiéndosela y el tercero se tocaba y me tocaba, disfrutando de la visión de nuestros cuerpos desnudos y mojados de sudor, dejándonos llevar por nuestros sentidos sin medida y sin pudor.

Me estaba volviendo loca de gusto al oír sus voces emplear un tono rudo conmigo, exigiendo más, los gemidos de aquellos cuatro hombres diciéndome cuánto les estaba gustando lo que les hacía y me hacían. Un orgasmo brutal sacudió mi cuerpo de nuevo al ser penetrada por Sergio y notar un mordisco suyo en mi hombro, sabiendo en ese momento que ya le pertenecía más allá de lo físico, que estaba a merced de sus deseos, que podía hacer de mí cuanto quisiera. Me abrace fuerte a él, hincándole las uñas en sus nalgas para que empujara más, pero él seguía clavándomela sin prisa, sintiendo el deseo latiendo en mis entrañas, haciéndome casi perder el sentido, nuestras miradas conectadas por un instante, cómplices.

Alguien sujetaba ahora mis muñecas con firmeza, unos dedos acariciaban mis labios para ser lamidos, otros se enredaban en mi melena, varias voces me pedían con vehemencia que volviera a correrme y yo no pude evitar el obedecerlas, entre temblores. El que me tenía ensartada por detrás nos informó de que ya no podía más, me hicieron quedar de rodillas mientras me rodeaban en círculo, meneándoselas, cuatro buenas pollas apuntándome. Se corrió sobre mi pecho, salpicándome la cara, cubriéndome de una generosa cantidad de crema blanca de olor intenso y a continuación sentí llover más lechadas tibias sobre mí, mojando mi pelo, mis manos, mi boca abierta para recibirlas, resbalando por mi vientre, y agarrándolas una por una fui limpiando las cuatro trancas con mi lengua, agradeciendo su buen servicio con un último beso.

El dueño del local entró en la sala, saludó amistosamente a Sergio y me acercó una toalla limpia mientras los tres hombres se vestían y se iban marchando con un breve gesto de despedida. Llevaba casi desde el principio espiándonos desde las cortinas y no había dejado pasar a nadie más para que no nos molestaran. Me di cuenta entonces de que probablemente ya estaba todo pactado desde mucho antes, el lugar, los participantes tenían su visto bueno, Sergio me había preparado aquella sorpresa sabiendo que el estar una chica con varios hombres era una de nuestras fantasías predilectas y ahora ya la habíamos llevado a cabo juntos.
Volvimos al coche abrazados, cansados pero alegres. La noche comenzaba y aún era pronto para decidir. Nos daríamos una ducha juntos, una deliciosa cena casera bañada con la música adecuada y aderezada con una buena conversación, posiblemente repasando los detalles del encuentro y casi con seguridad volveríamos a estar a punto para dar rienda suelta a nuestros deseos.

Este cuento fue escrito especialmente para Sergio T.M., MI VICIO!!, como regalo de cumpleaños... Besitos, te quiero, mi niño!!

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